Llega enero y con él, la recogida de aceituna, el frío, la maldita cuesta y las rebajas.
Aunque pueda parecer paradójico, enero es un mes de muchos números. Es uno de los meses grandes de Hacienda, que dicen que somos todos.
Una madrugada delante de una montaña de papeles y un ordenador lleno de cifras se refleja al día siguiente en cansancio. Conforme va evolucionando la mañana los rasgos característicos de la fatiga como los ojos pesados, las ojeras o el tonteo generalizado, van dando paso a un rostro cargado de impotencia y sobre todo a la sensación de que te has quedado en pelotas porque, aun cumpliendo religiosamente tus obligaciones tributarias, crees que eres el único mono que paga en este país. Y es que, trabajando en una auditoría, gestoría, asesoría, como economista, se ven cuentos que ni caperucita, cuando aún encandilaba a los mozuelos.
Claro que mis modestos ingresos no son nada en comparación con esas grandes sumas de dinero, pero me conformo con que cobran mucho valor cuando pienso: Hoy he pagado a Hacienda y no he defraudado.