No sé si os lo he dicho alguna vez, pero me encanta el humor gallego.
Llevo poco más de diez años viviendo en esta tierra pero casi desde el primer momento detecté que los andaluces y los gallegos teníamos buen feeling, más allá de lo que un buen aceite y un buen pulpo pudieran unir.
La causa reside en la sonrisa. En el sur, la llevamos de serie: guasa directa, permanente, al grano y sin contemplaciones; aquí en el norte, más puntual, con rodeos, con sube y baja, con acidez y sátira, vamos… lo que viene siendo retanca, pero en ambos casos con el mismo objetivo final: afrontar la vida con humor, que es como se debe afrontar.
Y no os creáis que es nada fácil este segundo tipo de gracia. Son pocos los que logran dominar este arte con habilidad. Aquí me tenéis por ejemplo, partiéndome el pecho con una actuación de Carlos Blanco en Lugo. Lo que me gusta además de la retranca gallega, es que no solo depende de la gracia del «artista» en cuestión sino también de la malicia del público que recibe la obra. Es un ejercicio conjunto de humor…
Y todo esto viene a cuenta de que ha comenzado a difundirse como la pólvora en Internet el vídeo de la noticia de un paisano de Ordes (A Coruña), que después de una noche de farándula acabó atrapado en un lavadero de una casa particular. La crónica de Manolo de Xaniño, como ya se le conoce popularmente, no tiene desperdicio: